Desconectarse para reconectar con la vida

Araceli Ortiz de la Rosa

Directora general de licenciaturas

Instituto Irapuato

Cuando leemos o escuchamos la expresión “debemos estar conectados con el mundo” la mayor parte de las veces podemos relacionarlo a mantenernos atentos a las nuevas tecnologías de la información y comunicación, a dejar de ser analfabetas digitales y buscar herramientas de interacción en las que la información de todo lo que sucede a nuestro alrededor y más allá de éste fluye y se transmite rápidamente de tal forma que a diferencia de unas décadas atrás podemos saber los que pasa del otro lado del planeta en unos cuantos minutos.

Ser una aldea global tiene muchos beneficios y ganancias en aspectos políticos, económicos, sociales y educativos, el sentirnos cercanos a la distancia y tener la posibilidad de compartir y conocer algo acerca de casi cualquier parte del planeta con solo hacer una búsqueda en internet o abrir una aplicación; esta forma de proceder apoyados en la tecnología nos ayuda a tener una visión más amplia, generar expectativas de vida más ambiciosas que en otras épocas resultaba impensable, solamente se conocía sobre lo sucedido en el entorno inmediato o bien la información fluye con lentitud.

Sin embargo tal vez sin que la mayoría nos demos cuenta, también hemos perdido algo,  pues ahora vivimos saturados de información, la cual cambia en segundos llevándonos por caminos de inmediatez constante, superficialidad en los datos y opiniones sobre los hechos ausentes de reflexión y crítica constructiva derivado precisamente de todo lo anterior, además de que no existe una regulación clara y completa sobre el uso de las tecnologías de la información y la comunicación, lo que hace muy permisivo su uso.

Y entonces me pregunto, ¿qué pasaría si todas las personas como una práctica cotidiana hiciéramos una pausa ante esta necesidad de estar siempre conectados a dispositivos que usamos en el día a día como teléfonos, tabletas, agendas digitales, relojes inteligentes y de los que pareciera que si nos desprendemos un poco de ellos caemos en estados de ansiedad porque nos hace falta tenerlos cerca?, ¿qué perdemos y qué ganamos con el hecho de voluntaria y conscientemente apagar por algunas horas al día todo lo que nos mantiene conectados de esta forma al exterior?, ¿por qué cuando no existían en nuestra vida no eran indispensables y ahora pareciera que son bienes de primera necesidad y sobrevivencia?

Ante estas preguntas encuentro una respuesta muy simple, no pasaría nada malo; al contrario seríamos más libres, podríamos desintoxicarnos por un momento de toda la información que recibimos cada día por las aplicaciones, las redes sociales, la internet, y en lugar de eso podemos darnos un espacio para leer o escribir por ejemplo o, la oportunidad de una buena conversación con los nuestros y verlos realmente como son y no por lo que exponen en sus redes sociales, centrar nuestra mirada más en las personas con las que interactuamos que en el celular, que en muchos casos ya parece una extensión de nuestra mano más que un objeto ajeno a nuestro cuerpo.

Estudios de la universidad alemana de Heidelberg demuestran que el uso excesivo de dispositivos electrónicos causa efectos negativos en las personas como falta de sueño, estrés, en general afectaciones a la salud mental. Merma la capacidad de concentración y pensamiento lógico, además contribuye al sedentarismo y con ello al sobrepeso y pueden generarse conductas adictivas a las redes sociales entre otros efectos; sin embargo todo esto puede corregirse teniendo un uso más consciente de estos dispositivos.

El reto entonces es intentar desconectarse temporalmente de nuestros dispositivos y reconectar con la vida más intensamente con todos nuestros sentidos, atentos, dispuestos a experimentar y apreciar de una forma distinta nuestro entorno, y si nos resulta difícil al principio y nos cuesta vencer la tentación de revisar el celular podemos hacer un pequeño ejercicio de desensibilización y empecemos desconectándonos  por unos minutos al día y si nos sentimos ansiosos hagamos sencillos ejercicios de respiración hasta volver a la calma y vayamos aumentando minutos cada día dirigiendo nuestra atención a otras cosas que nos guste y disfrutemos.

Estoy segura que con esta pausa cotidiana estaríamos más conscientes para apreciar vivamente lo que hay a nuestro alrededor y disfrutarlo más a plenitud y lo más importante podríamos reconectar con nosotros mismos sobre lo que sentimos, pensamos y hacemos desde nuestra esencia y convicciones y no por lo que absorbemos y volvemos nuestro cuando lo dice un influencer, bloguero, un “gurú” de la comunicación o simplemente cuando otros  lo replicaron sin el mayor discernimiento ni reflexión.

No vamos a perder nada y sí ganaremos momentos valiosos de encuentro y de paso liberamos nuestra mente de información inservible por un momento.

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