Antes que hombre o mujer, persona

Araceli Ortiz de la Rosa

Directora general de licenciaturas

Instituto Irapuato

Estamos cerca de conmemorar el día internacional de la mujer el próximo 8 de marzo, una fecha muy representativa por lo acontecido hace ya más de un siglo cuando un grupo de mujeres trabajadoras de una fábrica de textiles en Nueva York se manifestaron para reclamar mejores condiciones de trabajo y salario y en respuesta a la expresión de sus demandas fueron reprimidas brutalmente por la policía, resultando decenas de mujeres agredidas y asesinadas.

Resulta lamentable que hechos como este sean los que nos motivan cada año a las mujeres para hacer uso de nuestra voz y hacernos presentes para denunciar injusticias y vejaciones de las que hemos sido víctimas a lo largo de la historia por el solo hecho de ser mujeres.

Estos sucesos son un claro ejemplo del maltrato, la opresión, el abuso y otros tantos calificativos negativos que han generado la necesidad de exigir condiciones de equidad y vivir realmente en libertad no solo en el caso de las mujeres sino en el de todo ser humano que ha padecido de ello, lo que nos debe llevar a una reflexión profunda sobre el mal trato que somos capaces de darnos unos a otros como resultado de lo deshumanizados que podemos llegar a ser.

Antes que pensar en género, edad, condición de cualquier índole, veámonos unos a otros desde la perspectiva de nuestra característica esencial como especie, somos personas, dotadas de aspectos psíquicos y emocionales, de razón y de moral que nos hemos construido a través de nuestras acciones y de la interacción con los otros, lo cual nos debería llevar a concluir que nuestras acciones son el producto de un proceso que combina pensamientos, emociones, voluntad y libertad de actuar conscientes del efecto positivo o negativo que generamos con ello y no el resultado de sensaciones e impulsos.

Sin embargo, la realidad muestra otra cosa, pues en muchas ocasiones realizamos acciones sin pensar con claridad en las consecuencias de ellas o peor aún lo hacemos con dolo sabiendo que lo que decimos y hacemos afecta a otro o a otros.

La diferencia en este actuar consciente y considerando a los demás se da cuando practicamos el valor del respeto, vernos y ver a los demás igualmente dignos y merecedores de ser tratados como personas independientemente de cualquier diferencia y dejando de lado el prejuicio, pues de lo contrario resulta fácil agredir, lastimar u ofender al que no encaja con lo conocido y por ende no respetamos su dignidad humana.

El respeto es un valor universal cuya palabra según la real academia de la lengua, proviene del latín respectus, que traduce ‘atención’, ‘consideración’. Si este valor fuera acción constante seguramente tendríamos una sociedad mejor y menos normalizada en cuanto a violencia en todo sentido.

Respetemos pues al que piensa distinto, al que decide llevar su vida de otra manera tal vez fuera de los estándares sociales, al que actúa de forma atípica, al que expresa su punto de vista e inclusive al que ha vivido otra realidad por ser de diferente generación, religión, crianza o cultura.

Abracemos la tolerancia a las diferencias y demos un sentido más positivo a la hipersensibilidad con la que vivimos actualmente donde la impulsividad y la intolerancia se vuelven una constante.

Sería muy importante retomar la verdadera educación cívica y ética en las escuelas, agentes socializadores que en conjunto con los padres o tutores proporcionan los cimientos que conducen al actuar o no con respeto.

Si todos nos detuviéramos un poco antes de hablar o actuar en perjuicio voluntario o involuntario, viendo al otro como semejante podríamos convivir en un mundo más justo y equitativo.

Practicar el respeto a la dignidad de la persona lleva consigo un compromiso permanente de aceptación hacia ese otro Ser, sean cuales sean sus características, gustos, afinidades y donde sus decisiones y su actuar es libre en tanto no se dañe ni dañe a nadie más con ellas.

Si hace más de un siglo estas mujeres hubieran sido tratadas con respeto, hubieran sido vistas con dignidad como en muchos otros ejemplos que la historia nos ha mostrado de abuso y violencia o de los que hemos sido testigos como sociedad, la moraleja y el aprendizaje serían distintos y seguramente menos dolorosos.

Todos somos dignos por el hecho de ser personas, en nuestra decisión está valorar, honrar y hacer vida esa dignidad humana.

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