Juan Miguel Alcántara Soria
Uno de los personajes más siniestros en la historia de México es el espía y diplomático norteamericano Joel R. Poinsett. Este mes celebramos el inicio y consumación de la Independencia. Es pertinente recordar su desprecio de lo mexicano, sus intrigas contra México. Sus secuelas perduran hasta hoy. Dividió a los mexicanos hace 200 años para anexarse Texas, Nuevo México, Alta California; querían más. Fundó las logias yorkinas, pro-yanquis, como Partido liberal, para oponerlas a las logias escocesas, pro-europeas, devenidas en Partido conservador. Esa división generó prolongada guerra civil entre mexicanos en el siglo XIX, hasta el Porfiriato. División reabierta en 2018 desde Palacio Nacional, con tufo poinsettiano, y notas marxistas.
El historiador José Fuentes Mares, en su obra “Poinsett. Historia de una Gran Intriga”, (Jus, 1958) logra retrato preciso. Investigó en Filadelfia y Washington, archivos con la correspondencia de este personaje “de pasiones despreciables”. Lucas Alamán, Lorenzo de Zavala o José Vasconcelos lo refieren, pero ninguno como aquel. Poinsett nació en Carolina del Sur, en familia de hugonotes, puritana y esclavista, anticatólica. Reclutado como diplomático por Madison, en 1810, ante Argentina y Chile. Napoleón había impuesto como rey de España a su hermano José. Las colonias americanas estaban al garete, por lo que surgieron Juntas de Gobierno que sostenían los derechos del monarca español depuesto, Fernando VII. Así lo propusieron Hidalgo, y luego Iturbide. Los políticos angloamericanos vieron la decadencia de España; y la oportunidad de controlar al continente, su “manifiesto destino” según Monroe: “América para los americanos”. Sabían embajadores de España, desde 1812, que Poinsett promovía su independencia para unirlas a la Confederación americana, o influenciarlas.
Poinsett viene a México, como espía, en octubre de 1822, Imperio de Iturbide. Éste ordenó evitar su desembarco, pero Antonio López de Santa Anna, Jefe de la Guarnición en el Puerto de Veracruz, lo permitió y agasajó. Se entrevistó con enemigos de Iturbide, y después con éste. Envió al presidente Monroe una opinión desfavorable a iniciar relaciones diplomáticas con México, “porque tal modo de proceder de nuestra parte desanimaría al Partido republicano (antimonárquico)”. No ocultó intención de que los alejados territorios al norte debían ser absorbidos por Estados Unidos. A la caída de Iturbide es nombrado por Adams, en marzo de 1825, primer embajador ante el presidente Guadalupe Victoria. Con expresa instrucción de: establecer nuevos límites, “más lógicos y ventajosos“, entre los territorios de México y Estados Unidos; con la Doctrina de Monroe aislarnos de Europa, y también de los pueblos hermanos del Continente.
Durante los 5 años que operó en México fundó las nuevas logias masónicas del rito de York, como centros de ideas republicanas. Dividió a los mexicanos en dos: los partidarios del sistema americano, y los del sistema europeo. Acicateó a los federalistas a chocar contra el centralismo (que Bolívar en Colombia adoptó con lógica) ; favoreció a enemigos de la Iglesia; propició el odio contra españoles; y la desconfianza de Inglaterra, de cuyo gobierno sospechó conformaba un partido pro-europeo, con logias escocesas. Así nació aquí el partido americano, pro-yanqui: con logias organizadas para desatar odios a la facción escocesa, existente desde el siglo XVIII -apoyada por el Virrey O´ Donojú-, y mantener una guerra civil sin cuartel entre mexicanos. La logia yorkina, desde el Poder, era el Partido Liberal otorgando todos los puestos públicos para manejar a su antojo al país, e integrarlo al “Sistema Continental del Nuevo Mundo”. Al final, su nombre quedó unido a los encantos de la Flor de Nochebuena, “poinsettiana”.
López de Santa Anna, llamado el “seductor de la Patria”, consolidaría pretensiones imperiales yanquis, poinsettianas. Traidor. Vinieron otros “seductores”, también López (Mateos, Portillo, Obrador): estafadores de esperanzas populares. Ninguno como éste último para revivir odios entre nosotros con matrices ideológicas del siglo XIX. Memoria. Reconciliarnos es misión, honra de todos.
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