Juan Miguel Alcántara Soria
Todos entendemos lo que es la casa, la de cada quién, nuestro hogar. Vivencia desde que nacemos. Experiencia que enseña la realidad y la calidad de cada casa, familia o barrio: Depende de lo que cada uno aporta o deja de dar. Todo impacta. Padre o madre desobligados, hijo desentendido, tío golpeador, vecino conflictivo. A quién no le consta que la mayor o menor calidad de vida, ahí, desde el arranque, se construye o se destruye con las acciones de todos. Interdependemos para bien y para mal, queramos o no, toda la vida. Lo que sí depende de cada uno es la actitud: o es para salir adelante y ganar todos, o para ganar algunos, o me quedo lo de otros. Este dato es un hecho social. Después, un dato ético-social: qué debemos hacer todos y cada uno que nos convenga. Nos impulsa a decidir si colaboramos para el bien común. O si hacemos o permitimos mal común: no aseo mi habitación, desperdicio agua, tiro basura, maltrato al hijo, no saco al perro; me paso el alto del semáforo. Toda conducta social trasciende, a mí y a los otros, nos demos o no cuenta.
Si esto es así, la interdependencia continúa viviendo, necesitando, círculos más amplios, saliendo de casa o barrio: baldío, transporte, escuela, trabajo, gimnasio, templo, internet. Los mexicanos somos generalmente solidarios en casa, afuera dejamos de serlo, con frecuencia. Nuestro sentido comunitario no va más allá. Dentro muy solidarios, fuera, individualistas, egoístas. Esta desatención al bien común -bien público temporal-, nos afecta a todos, tarde o temprano.
El bien común es ese “bien que sólo en común se busca, y sólo en común se alcanza”. “El conjunto organizado de condiciones sociales, económicas y políticas que permiten el desarrollo integral de toda persona”. Se concreta, materializa, en escuelas, parques, carreteras, hospitales, deportivos, fábricas, laboratorios, tribunales, museos, etc. Es universal, porque apoya a todas y todos, sin excepción (como sentimos en casa). Lograrlo exige participemos todos, con criterios de justicia proporcional: de cada quién, según sus capacidades. La sociedad es acreedora, sus partes deudoras. El bien común debe volver a las partes del todo social: deudor de las personas acreedoras, con medidas de justicia distributiva. Incluye el principio de buscar el arranque parejo en la vida, asegurando las condiciones de salud y educación para todos, como en casa. El rol de las autoridades es determinante para lograrlo, en cada circunstancia.
En México transcurrimos con hartas dificultades para el bien común, desde casa, barrio, colonia, municipio, hasta el ámbito nacional. Las normas jurídicas, las instituciones que atienden diversidad de necesidades, la democracia que facilita deliberar y ejercer voto libre: tuvieron avances considerables en décadas anteriores. Incluyó la alternancia en el poder en todos los ámbitos. El país avanzó, siempre con enormes retos por atender.
México -la casa de todos- los últimos cinco años, retrocedió en todos los terrenos, confirmable en todas mediciones disponibles: salud, seguridad, educación, medio ambiente, corrupción, estado de derecho, división de poderes, desaparición de fondos preventivos de riesgos diversos, poder adquisitivo del salario, polarización, mentiras diarias. Y se agravó con las amenazas desde Palacio Nacional, que hace suyas la candidata de Obrador, para: desequilibrar poderes, desaparecer o debilitar instituciones especializadas en retos relevantes, politizar impartición de justicia, afianzar el presidencialismo y más. En dirección dictatorial.
El bien común, constatado desde casa, no admite valemadrismo. No votar es voltear a otro lado cuando el padre llega ebrio y, además, maltrate a la madre. Votar por el continuismo es echar porras al madreador, y terminar víctima de victimario abrazado desde el poder.
“La Patria es la casa de nuestros padres” en construcción nunca acabada. Ante la amenaza a nuestras libertades y derechos ciudadanos, levantemos mano y brazo para contener madrazo autoritario. Hoy pueblo marchamos, de pie -nadie de rodillas-. Ciudadanas y ciudadanos, señalando somos dignos vivientes de nuestra casa común. Si no lo hacemos, no lloremos luego.
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