Juan Miguel Alcántara Soria
Un político no puede perder el sentido del honor ni el sentido del humor, recordaba en colaboración anterior. Imperativo ético trascendente para el bien común, el bien público temporal. Porque faltar a su palabra, no honrar sus compromisos; o tomarse demasiado en serio, sintiéndose superior a los demás, genera males públicos, además de daños a sí mismo. Esa pérdida es más probable e impactante cuando se está en el poder. Porque el poder, más que corromper, exhibe la miseria moral que ya se trae. El marco ético tiene sentido considerarlo luego de que esta semana se revelara en Estados Unidos (por un reportaje de Tim Golden, ganador de dos Premio Pulitzer, sobre investigación de la DEA) que López Obrador recibió del Cártel de Sinaloa, 2 millones de dólares para su campaña presidencial en 2006. Da nombres de su equipo con ese grupo criminal. Datos muy comentados dentro y fuera del país. Y se esperan más revelaciones de financiamientos más recientes, particularmente en las elecciones pasadas.
Entre quienes han comentado revelaciones está el propio presidente López Obrador. Y lo ha hecho contradiciéndose en la calificación que para otros casos similares le ha merecido acusaciones de agentes de la DEA y sus testigos o soplones. Varios hemos recordado que en el 2020, al aprehenderse en Estados Unidos al general Cienfuegos, exsecretario de la Defensa de Peña Nieto, validó entonces acusación porque “es la misma contra el que fue secretario de Seguridad Pública de Felipe Calderón”. La acusación contra García Luna como contra Cienfuegos, tiene el mismo origen y consistencia -o inconsistencia- que la acusación ahora en contra de López Obrador. Pero a él hoy le parece calumnia.
Sus compromisos de “no mentir, no robar, no traicionar”, hoy están desmentidos con su conducta personal reciente, la de sus tres hijos mayores, y de colaboradores, como Bartlett. Las evidencias que están a la luz pública, accesibles para cualquier interesado, de conductas ilícitas de éstos, por conflictos de interés y de enriquecimiento personal o familiar, relacionados con la asignación de contratos de obras, adquisiciones y servicios públicos en la Refinería Dos Bocas, el Tren Maya, el AIFA o CFE, entre otros, hacen concluir que el sentido del honor y el sentido del humor (como los demás) los perdió hace tiempo, si los tuvo. Las evidencias de expansión del crimen organizado, controlando el 80% del territorio nacional, cogobernando regiones enteras, en todos los niveles de gobierno; ejecutando o desapareciendo diariamente a decenas de jóvenes, principalmente, en sus disputas territoriales, no solo exponen el fracaso de su supuesta estrategia de seguridad, la de “abrazos, no balazos” para los criminales. Sino una traición; una pérdida del honor, de la vergüenza, si las tuvo.
Xóchitl Gálvez le ha exigido públicamente que por sentido del honor debe demandar en Estados Unidos a los agentes de la DEA y a los soplones que lo acusaron. Como demandó a empresas fabricantes de armas que luego se introducen en México. Yo no pienso que lo haga, porque saldrían a la luz más evidencias, de entonces y recientes, allá y acá.
Lo que importa es lo que conozcamos, pensemos y hagamos los mexicanos al respecto. Si bien tenemos dirigentes impresentables en todos los partidos políticos, una mafio-cracia que solo ve por los intereses de sus respectivas facciones, también la ética política nos obliga a todos a buscar los bienes públicos posibles, o a evitar el mal común evitable. Lo de hoy es conocer, analizar y comparar las propuestas electorales y los candidatos que mejor nos puedan representar, para votar el 2 de junio. Yo no tengo duda que la mejor opción presidencial es Xóchitl Gálvez. Después veremos cómo rehacer el subsistema de partidos, y quizás fundar nuevos, si es lo pertinente, con ciudadanos que tengan sentido del honor y sentido del humor, cuando menos. No conocer, no pensar críticamente o no actuar, no son opciones éticas. La omisión o la abstención contribuye al mayor mal posible para México. Depende de ti y de mí, de todas y todos.
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