Juan Miguel Alcántara Soria
Días de descansar pensando, o de pensar descansando. Mi madre me decía, cuando mis amigos me invitaban a pasear en Semana Santa: diviértete, y también medita. Es una mujer equilibrada, ecuánime, sin excesos, tampoco en manifestaciones religiosas, hoy acercándose a sus 102 años. Mi padre, en cambio, me pedía no tocar el piano ni ver televisión esos días. Vivimos otra época: mis hijas e hijo no practican religión alguna, el matrimonio no es opción necesaria, tener hijos tampoco; mi agenda política no es la suya; perciben al mundo inhabitable a mediano plazo. Pero sí disfrutan estos días. Propicios para plantearnos, otra vez, el cuestionario fundamental: quién soy, de dónde vengo, a dónde voy. Eso es vivir humanamente: pensar y amar. Dejarnos llevar por la tendencia natural a preguntar, y a caminar juntos en la misma dirección.
Mi padre me dijo que el tiempo lo miden los campesinos por estaciones. Y en la ciudad por días, y hasta por horas y minutos. Al jubilarse se dedicó a cultivar su huerto, “sin pausas y sin prisas”. Yo, en cambio, me he vuelto impaciente: Y el momento del país como del mundo, me angustia. Conviene hacer pausa.
Recién recordé “La agonía y el éxtasis”, espléndida película de 1967, que me llevaron a ver los hermanos maristas, en Querétaro, basada en la novela de Irving Stone, sobre la vida de Miguel Ángel. Charlton Heston lo representa, recibiendo del Papa Julio II encargo de pintar la Capilla Sixtina. Gestiona el sentido del tiempo del artista, y el del político, del ritmo y rumbo de lo temporal, y de lo intemporal. Me cautivó, adolescente, el momento en que Miguel Ángel intuye la creación del hombre: se alcanzan el dedo Adán y su Creador. Se inspira en desplazamiento de las nubes. En 1980, viajé de mochilero por Europa, gocé la Semana Santa en Sevilla; fui después a Roma, y pude contemplar ese roce de Creador-creatura, sin prisas. Cómo no sentir la dignidad de ser hijos de El Padre, El Necesario, El Absoluto. Quien no nos fabrica en serie, todos únicos.
Roma no me fue entonces un espacio acogedor. Todo lo contrario. Me pareció, desde que bajé del tren, en la estación de Termini, muy sucia, grafiteada por todos lados. Y el Vaticano, todo menos un centro espiritual. Sensación me hizo recordar anécdota del francés que buscaba convencer a su amigo judío de convertirse al catolicismo. Cuando éste le avisa que irá a Roma por negocios, y constatará la realidad de la Sede del sucesor de Pedro, aquel pierde toda esperanza de su conversión, dada la decadencia moral del obispado romano. Cuando el judío regresa le comparte su conclusión: si a pesar de tal degradación la Iglesia ha sobrevivido tantos siglos, será por una causa sobrenatural, que explica el perdurar de fe de tantas generaciones. A mi Roma me decepcionó esa primera vez, y continué a siguiente escala.
Creer o no creer es un acto de la voluntad, más que de la inteligencia. Se quiere creer, o no. Lo mismo a una persona, un amigo o en Dios. No se puede obligar a nadie a creer. Fe y razón son complementarias. Yo pasé por dudas en la adolescencia, como muchos, que resolví queriendo creer en un Padre que es Amor, un Espíritu puro. Que su vivir es solo pensar y amar. Ser creados a su imagen y semejanza, hace nuestro vivir similar. Solo que nosotros somos espíritus encarnados. Un cuerpo espiritualizado que debe definir libremente rumbo y ritmo personal. Recordar ahora la pasión, muerte y resurrección de su Hijo hecho Hombre, supone conocer su agonía, y su éxtasis: nuestro reencuentro de hijos pródigos con El Padre.
México vive hoy agonía descomunal, por muerte, enfermedad, mentira, división, destrucción. Asumamos nuestras tareas de evitar dolor evitable, para nosotros y los que nos siguen. Este 2 de junio debemos llegar juntos y a tiempo. Escucho en la pausa el “El bolero” de Maurice Ravel, bajo la dirección de Alondra de la Parra. Nos diseñaron para ser felices, enseña Aristóteles. Necesitamos basar la vida en acciones virtuosas, de la inteligencia y de la voluntad; del bien pensar y del bien amar, que incluye el bien común. Rumbo y ritmo. Agonía y éxtasis. Quedan 68 días.
Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!