Juan Miguel Alcántara Soria
El prestigio de México va de caída. La percepción de México en el mundo se corresponde con sus recursos naturales, ubicación geográfica, cultura, mestizaje, instituciones. Antes de la independencia ya éramos referente geográfico: el más extenso del continente americano. O por la corriente marina del Golfo de México -descubierta en 1513- que desplaza aguas cálidas hasta Noruega, y trasmite en su recorrido calor a la atmósfera. En pueblos nórdicos la llaman “la caricia mexicana”; hay festejos veraniegos con este nombre. Se desplazaron colores, sabores, olores, música, flora, fauna, oro, plata, calidez mexicana. Motivos que nos hicieron amables al resto del mundo. Sin desconocer períodos de violencias en el siglo XIX y la primera del XX. También se decía que el gobierno de México era “Candil de la calle, obscuridad en su casa”. Entramos al siglo XXI con una serie de reformas estructurales previas, incluyendo las democráticas, que nos dieron instituciones que nos hicieron predecibles, confiables.
Sin embargo, las buenas sensaciones que trasmitimos en el pasado, hoy se degradan a paso veloz. El mundo nota incremento de violencias, empoderamiento del crimen organizado, narcoterrorismo, militarización, mayor corrupción, destrucción de instituciones. Indicadores internacionales en varios temas lo constatan.
En la ruta de “la caricia mexicana” se pierde calidez. La primera ministra de Dinamarca se burló en su parlamento del dicho obradorista que México tenía un mejor sistema de salud. El primer ministro de Ontario, Canadá, pidió esta semana la exclusión de México del Tratado de Libre Comercio México-EU-Canadá. El embajador de EU, Ken Salazar, por fin, acusó que la estrategia de “abrazos, no balazos” no funcionó; que AMLO no aceptó apoyo para seguridad del hemisferio norte, e impidió más inversiones en México.
El iceberg a la vista es Trump recién reelecto. Su narrativa de campaña se basó, en parte, en hablar mal de México. Y se la compraron hasta migrantes mexicanos. Recién anunció políticas, y nombres de miembros de su gabinete que detestan al gobierno de Obrador, y al crimen organizado que les afecta. Chocarán con la subpresidenta de México. Nombró al senador cubanoamericano, Marco Rubio, como secretario de Estado, quien acusa complicidades de López Obrador con cártel de Sinaloa, y con dictaduras de Cuba, Venezuela, Nicaragua. A Tom Homan “zar de la frontera”, con puntual instrucción de combatir al narcotráfico, la inmigración ilegal; él califica de “animales terroristas” a narcotraficantes mexicanos. Tendrá a su cargo la mayor deportación de migrantes de EU en la historia. Y a Mike Wals, asesor en seguridad, quien cataloga a los cárteles mexicanos como “terroristas”, habla de “temporada de caza”, y planea ofensivas en el ciberespacio contra los capos mexicanos. No solo habrá sanciones económicas; también operaciones especiales de ataque a terroristas, dijo ayer el militar Tim Kennedy, asesor de Trump. Esto aterroriza a la 4t que niega narcoterrorismo, y reclama injerencias a la soberanía.
El presidente Obrador tiene, sin duda, instinto de sobrevivencia política. Prevé que EU irá por él. En enero inicia el gobierno Trump, y hablarán chapos y mayos en cortes americanas. A Sheinbaum, le impuso reelección de la presidenta de la CNDH, cuidándose sus espaldas. El lunes inició en Azerbaiyán la Cumbre sobre Cambio climático: México se exhibió incumplidor en sus compromisos del Acuerdo de París. El martes hubo en Washington audiencia en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, por la queja de jueces y magistrados contra la reforma al poder judicial; se habló de autoritarismo en el mundo, “y el caso de México es de libro”, se dijo. El jueves, Moody´s cambió de estable a negativa, la perspectiva para la calificación crediticia de México: “debido a un debilitamiento de la formulación de políticas y del entorno institucional (señala impacto de reforma judicial) que implica el riesgo de socavar los resultados fiscales y económicos”. El desprestigio del país se origina aquí. No fuera. Toquemos fondo de una buena vez. Para volver a desplazar “la caricia mexicana”.
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