Ana Carolina Reyes Rodríguez
Directora de Investigación
Instituto Irapuato
¿Alguna vez te has encontrado en alguna situación parecida a la siguiente?
Llega el fin de semana, estás en la calma de tu casa, en tu espacio favorito, quizás en la sala o en tu cuarto y piensas: ay por fin… un día de descanso, mi día, el día para dedicarme a ser feliz… y entonces, aparentemente sin motivo alguno, comienzas a sentirte triste. Como muchas otras veces en las que ha sucedido, te dices: no, no, no… voy a ponerme a hacer algo, porque no hay ningún motivo y no está bien que me sienta así. En ese momento, buscas algo que hacer como llamar a algún amig@, ver un video, revisar las redes sociales, en fin, lo que sea que te haga sentir “feliz”. Y es que desde pequeños nos han dicho que la tristeza es una emoción “mala” y la alegría una emoción “buena” y que, por lo tanto, siempre debemos esforzarnos por estar felices, porque estar feliz es lo que está bien y estar triste está mal.
Desde hace mucho tiempo, hemos clasificado a las emociones en “buenas” o “malas”. Algunas de las emociones que hemos incluido en la categoría de las emociones “malas” son la frustración, el enojo, el miedo, la culpa, la envidia, la vergüenza, etc. Mientras que algunos ejemplos de las emociones que hemos etiquetado como “buenas” son la alegría, la gratitud, el amor, el orgullo, la esperanza y la satisfacción. Sin embargo, la realidad es que no existen emociones buenas ni malas.
Por definición, las emociones son una respuesta producida por nuestro cerebro a partir de la interpretación que hacemos de una situación u objeto (Deigh, 2010; Reidl & Jurado, 2007). Es decir, las emociones están ligadas a un pensamiento y como lo dice la reconocida psicóloga y terapeuta Nilda Chiaraviglio “son como un mensaje de nuestro cerebro para avisar que algo está pasando ahí dentro”. Es por esto que me gusta más hablar de emociones incómodas o placenteras, ya que claro, hay algunas emociones que nos hacen sentir muy bien y esto es porque nuestro cerebro nos está informando que cierta situación o recuerdo es agradable para nosotros. Mientras que, por el contrario, hay algunas emociones que nos resultan desagradables, y es ahí cuando nuestro cerebro está demandando nuestra atención para informarnos que hay algo que no nos gusta o es necesario que resolvamos.
Por lo tanto, no solo no está mal sentir cualquier tipo de emoción, sino que todas son necesarias y debemos escucharlas y analizarlas. El análisis de las emociones es la capacidad que tenemos de reflexionar y de entender el significado e implicaciones de nuestras emociones (Treynor et al., 2003) y este proceso tiene una gran influencia en nuestra salud mental. Las investigaciones han demostrado que la evitación o distracción de las emociones puede ser un mecanismo eficaz para reducir el malestar a corto plazo, sin embargo, la única estrategia que realmente funciona a mediano y largo plazo es la reflexión, es decir, el análisis de las experiencias o pensamientos activadores de dichas emociones (Lyubomirsky & Nolen-Hoeksema, 1993). En pocas palabras, distraernos cuando nos sentimos tristes, enojad@s, etc., funciona para sentirnos mejor solo de manera momentánea, pero con el tiempo esa emoción regresará y de forma persistente, pues el mensaje que nos quiere transmitir nuestro cerebro aún no habrá sido atendido. La única forma de que las emociones incómodas no aparezcan de nuevo, o al menos no por la misma razón, es reflexionando sobre qué es lo que nos está haciendo sentir así.
No obstante, como ya lo había mencionado, nos han enseñado que cualquier emoción incómoda (como prefiero llamarlas), está mal. Incluso, nos han dicho que en general es mejor no prestar mucha atención a lo que sentimos. Como si dedicar tiempo a analizar nuestras emociones fuera algo así como perder tiempo, en lugar de hacer algo productivo. Como dice Laura Esquivel en su Libro de las emociones “por mucho tiempo nos hicieron creer equivocadamente que las emociones y los pensamientos eran cosas distintas y que la mente funcionaba mejor sin la interferencia de estados emotivos” (2001, p. 12). Quizás sea por esto que hoy más que nunca, pareciera haber un auge o ‘boom’ de los problemas emocionales en todo el mundo. Tan solo el año pasado la Organización Mundial de la Salud reportó un aumento del 25% en la prevalencia de la depresión y la ansiedad a nivel mundial.
Por tal motivo, considero que es urgente dar a conocer y expandir la idea de que no existen emociones buenas ni malas. Como ya vimos, todas las emociones tienen el mismo propósito, que es comunicarnos qué es lo que está pasando dentro de nuestro cerebro. Entonces, la siguiente ocasión en la que experimentes una emoción incómoda, en lugar de tratar de ignorarla, escúchala y pregúntate, ¿qué siento?, ¿qué me está haciendo sentir así?, y ¿qué haré para resolver esto que me hace sentir de esta manera (lo que en ocasiones no involucraría necesariamente una acción física sino a un cambio de creencias, pero eso es tema de otra conversación)? Ya verás que el prestar atención a tus emociones incómodas te permitirá descubrir lo que realmente es ser feliz.
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