HORIZONTES

Me cuidas, te cuido, nos cuidamos

José Rafael de Regil Vélez

director de Preparatorias de la Universidad Instituto Irapuato

El 19 de septiembre es una fecha que millones de mexicanos nacidos antes de 1980 tenemos grabada en mente y corazón.

Corría 1985, eran las 7.17 hrs de un jueves que parecía empezar como muchos otros: comenzando clases en las escuelas, transportándose a muchas otras, yendo al trabajo. En el entonces Distrito Federal -hoy Ciudad de México- la vida cotidiana se abría paso y en cuatro minutos todo quedó trastocado.

En su carrera desde el epicentro en el Pacífico mexicano el sismo afectó la capital de la República Mexicana y otras localidades como Ciudad Guzmán. Una réplica alrededor de 36 horas completó la destrucción. Las cifras oficiales fijaron en 3192 los fallecimientos, mientras que organizaciones como la Cruz Roja dan cuenta de más de diez mil muertes.

La devastación fue impresionante: edificios, casas, calles, destruidos.

Impresionante fue también la solidaridad de las personas que se unieron para remover escombros buscando sobrevivientes, pero también encontrando los cadáveres que entregados a sus familias procurarían paz a los deudos.

Por una cultura que cuide la vida

Si algo quedó claro en esa fecha es que no estábamos preparados para pensarnos vulnerables, de alguna manera siempre en riesgo, desprotegidos. La presión de la sociedad llevó al Estado a crear el 6 de mayo del 1986 el Sistema Nacional de Protección Civil. Su existencia es invaluable, pero insuficiente. Me explico.

Que exista una instancia gubernamental que rija tareas de protección civil en contingencia es fundamental para la vida social, pero en sus finalidades se queda corta si no existe una cultura del cuidado, que en palabras de Leonardo (Los derechos del corazón. El rescate de la inteligencia emocional, p. 47) constituye una relación amorosa, protectora y no agresiva de los procesos vitales.

El brasileño llama la atención en el referido y otros escritos y conferencias: el cuidado brota de la esencia misma del ser humano en el mundo, junto con los otros y hacia el futuro.

Te cuido, me cuidas, me cuido, te cuidas, se cuida, nos cuidamos… eso garantiza que vayamos construyendo la vida desde su fragilidad. Parece obvio, pero no lo es tanto. Para muestra, un botón:

Cuando la lógica de la relación con las demás personas o con el mundo en un paradigma de dominio y de reducción de la vida a relaciones meramente económicas, la construcción de un edificio no cuida estudios que tomen en cuenta que hay factores que pueden provocar su derrumbe (como sucedía en México antes de 1985). Se trata de una lógica insostenible (no sustentable). Se puede abundar en temas como el manejo de los desechos, la cultura del descarte, el consumo irresponsable.

La efeméride del 19 de septiembre nos ayudar a recordar el significado del cuidado en nuestra vida. Sigo una vez más a Boff cuando hablan de 4 perspectivas complementarias desde las cuales podemos entendernos autocuidadores y cuidadores del mundo por, con y para los demás (págs. 48 y 49).

La lógica del aprecio de la vida

En primer lugar “el cuidado es una actitud de relación amorosa, delicada, amigable, armoniosa y protectora de la realidad social y ambiental”.

El cuidado también es “todo tipo de preocupación, inquietud, desasosiego, malestar, estrés, temor y hasta miedo por personas y realidades con las cuales estamos afectivamente relacionados y que por eso nos son preciosas”… Nos preocupamos unos por otros, nos preocupan nuestras mascotas, porque las sabemos tan endebles, que respondemos cuidándolas.

El cuidado es también la creación de “un conjunto de apoyos y protecciones que posibilitan una interrelación indisocialbe a nivel personal, social y con todos los seres vivos”. Y en este sentido, obras son amores y no buenas razones.

Por mi trabajo suelo estar cerca de jóvenes que comienzan a vivir experiencias como salir por las noches con los amigos. Cuando se da la oportunidad suelo conversar con ellos que justo somos amigas y amigos para cuidarnos. Desde que planeamos nuestra salida debemos pensar en los riesgos -que sí existen, aunque no queramos pensar en ellos- y ponernos de acuerdo en los lugares, los horarios, la forma en la que iremos y volveremos. Y qué haremos si sucede una desgracia: cómo nos protegeremos y cómo seremos protegidos por los nuestros.

Lo mismo sucede cuando diseñamos actividades educativas, organizamos los espacios de nuestras casas, establecemos los procedimientos laborales. Si lo hacemos desde el corazón, desde el reconocimiento de que hay que cuidar nuestras vidas, nuestra salud emocional, la sostenibilidad de las relaciones económicas, sociales y la intención de las políticas, seguro que nuestra sentipensares y su traducción en acciones será diferente a que si solo vemos desde nuestro propio centro.

La efeméride del 19 de septiembre es una invitación a descentrarnos de nuestra visión de dominación para sobrecentrarnos en la de interrelación cuidadosa… Es una invitación para seguir gestando la cultura del aprecio por la vida.

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