Juan Miguel Alcántara Soria
Cuando califiqué el desempeño y los exámenes de fin de curso de Arturo Zaldívar Lelo de Larrea, de Sociología (en 1º año) y de Filosofía del Derecho (5º año), en la Escuela Libre de Derecho, no dudé en reconocerle la calificación más alta. Cuando Don Luis H. Álvarez, Presidente Nacional del PAN, me encargó conformar un equipo de diputados que formulara una propuesta de reforma política para resolver los fraudes electorales del príato, luego de las elecciones de Bartlett, en 1988, organicé un seminario de Inducción al Derecho Político, al que invité a Arturo, flamante abogado. Cuando el Presidente Felipe Calderón -también mi alumno en mismas materias, otro curso- lo propuso para Ministro de la Suprema Corte, expresé opinión a favor. (A Peña Nieto, en la UP, lo califiqué mediocre). Nunca imaginé que la promesa de excelencia de abogado que entonces vimos, terminaría servil, doblada la cerviz con yugo palaciego. Su renuncia, con un año de anticipación, al cargo de Ministro, que es irrenunciable, salvo “causa grave”, exigida en la Constitución para ser aceptada por Presidente y Senado, por irse a campaña de candidata obradorista, abrió paso a una terna de mujeres incondicionales de AMLO, dos inelegibles por ser sus empleadas. No tienen prestigio como abogadas, al contrario. Afectan la independencia e imparcialidad del Poder Judicial. Pega en la línea de flotación del precario equilibrio de poderes que sostienen a nuestro frágil Estado de Derecho. La soberbia (“el amor desordenado de las propias excelencias”) lo despeñó.
En ese doblarse al yugo obradorista no va solo. La hoy senadora Olga Sánchez Cordero, quien también fue ministra de la Suprema Corte -con quien tuve una interlocución institucional fluida en mi calidad de Subprocurador Jurídico y de Asuntos Internacionales, de PGR-, se exhibe, igual, servil: con malabares verborreicos intentó justificar la renuncia y pidió aprobarla a senadores. (Con Olga compartí desayunos mensuales de trabajo, y el de la 1ª comunión de su nieta en su casa de Lomas de Chapultepec, en que respeté sus razones, cuando las tuvo. Y también discrepamos, como en su vaivén en el caso Florence Cassez). Terminan ambos en el basurero de la historia, en la sección más putrefacta. Amlo tendrá otro voto en la Corte para cuidar su desastre.
En el primer estudio de Derecho Constitucional Comparado, el de Aristóteles (siglo IV antes de Cristo), analizó más de 130 constituciones de polis griegas; registró que en Atenas y otras polis se dividió convenientemente el poder en tres: (i) un poder deliberante, la Asamblea de los “polites”, los ciudadanos, mayores de edad, convocados regularmente, a discutir y resolver asuntos públicos de su polis: la técnica democrática. Eran democracia directa, entonces posible; (ii) las magistraturas que resolvían los conflictos en la convivencia de la polis; (iii) los administradores o encargados de ejecutar los resolutivos de los anteriores y la guerra. Aristóteles (“destinado a lo mejor”, es su nombre) hizo también primera tipificación de formas de gobierno y de ciudades-estado, Ciencia Política ya, estudiando al mundo que podía “ver, tocar y entender”; con realismo crítico. Constató tiranías, y que los mejores gobiernos eran los divididos entre poderes. Al paso de siglos se llamaron legislativo, judicial y ejecutivo. Ignorantes lo atribuyen a Montesquieu.
“Los Padres Fundadores” de los Estados Unidos de América, en 1787, hicieron expresa referencia a tesis aristotélicas de división de poderes, y rediseñaron sus equilibrios. En 1789, en Francia, la Asamblea Nacional Constituyente aprobó la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”. En su art. 16 estableció: ”Una Sociedad en la que no esté establecida la garantía de los Derechos, ni determinada la separación de los Poderes, carece de Constitución”. Los Derechos Humanos son hoy la piedra angular del equilibrio vertical; y la separación de poderes, del equilibrio horizontal. Estructurales. Ingeniería constitucional. Sin ellos habrá déspotas, dictadores. El poder absoluto corrompe absolutamente. Nefastas señales nos alertan sobre intento de “maximato” obradorista, dictatorial. «¡Que te quiebren, pero no te doblen!”, repitió mi papá.
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