CONTACTO AL MINUTO

Rolando Daza

Hace semanas en una conversación a la larga distancia sobre el ridículo o la vergüenza que se produce en diferentes momentos de nuestra vida. En la misma surge, de pronto, el tema del aniversario, el pasado 7 de mayo, de la novena sinfonía de Ludwig van Beethoven. Para algunos, la más impresionante obra musical creada por el hombre.

Santiago Iñiguez, de la IE University fue quien generó el diálogo (la IE University Campus Segovia, es una universidad internacional, reconocida entre las mejores del mundo por su innovación tecnológica y académica. Sus alumnos son de más de 100 países).

Santiago Iñiguez, comentó que, “en la noche del estreno de su novena sinfonía, el 7 de mayo de 1824, Beethoven vestía un frac verde. Es probable que ese fuera uno de los momentos más emocionantes de su vida. Después de trabajar durante años en la composición de la obra, no le importó el reto de equiparar coro e instrumentos en una sinfonía -algo insólito y arriesgado para la época-, ni su sordera para dirigir a la orquesta”.

En esos momentos, en Europa la ópera italiana dominaba el gusto musical. Melómanos alemanes y austriacos mostraron su entusiasmo por la nueva composición de Beethoven, convencieron al maestro de que estrenara su obra en la capital y no en Berlín, donde planeaba hacerlo.

Imaginen… el teatro estaba completamente lleno, aunque el palco imperial estaba vacío. Se preparó una puesta en escena grandiosa, con músicos de diversas orquestas, profesionales y aficionados, hasta formar un grupo de 24 violines, 10 violas, 12 cellos y contrabajos, el doble de instrumentos de viento, además de un nutrido coro. Al frente de la orquesta se planteó una codirección: Beethoven marcaría los compases, mientras que, a su lado, Michael Umlauf, batuta en mano, coordinaría a los músicos.

Comenta Santiago, “uno de los violinistas del grupo ironizaba tras el concierto. Beethoven intentaba dirigir, es decir, se paraba frente a la tribuna del director y se lanzaba de un lado a otro como un loco. En un momento se estiraba en toda su altura, en el siguiente se agachaba en el suelo, se agitaba con las manos y los pies como si quisiera tocar todos los instrumentos y cantar todas las partes del coro”. Lo hacía, cuando la dirección residía en Umlauf, el único al que hacían caso los músicos, y quien lideró la orquesta.

La apoteosis. Al concluir las últimas notas del “Himno a la Alegría”, el público ovacionó al maestro, quien todavía continuaba de espaldas, marcando compases con los brazos, sin percatarse de que la orquesta había concluido.

Cuenta, “la contralto solista Caroline Unger se acercó y le tocó en el hombro, dándole a entender que la ejecución había finalizado. Beethoven entonces se volvió y pudo ver al público en pie, entusiasmado y ovacionándole. No parece que en ningún momento sintiera vergüenza por haber adoptado un papel que algunos considerarían extravagante y todos apreciaron la entrega y el genio del compositor. Tras el estreno, acabó exhausto: sus amigos le condujeron a su casa, donde cayó rendido, durmiendo hasta el día siguiente embutido en su frac verde”.

El público, los músicos y los críticos reconocieron el potencial disruptivo de la Novena, algo impresionante en el mundo. Para las personas actuales, el cuarto movimiento se ha convertido en una de las melodías más populares de todos los tiempos y en el himno de Europa.

La paulatina pérdida de audición a partir de los 31 años, en plena convulsión creativa, sumió a Beethoven en una depresión y agrió su carácter, ya de por sí irascible. El carácter y pasión que se necesita para decir “habla más fuerte, que estoy sordo”. Superada esa penosa etapa, compuso sus principales obras con ese inconveniente. Conocemos que, aunque no contrajo matrimonio, mantuvo al menos un romance, que muestra su alma romántica.

Si Beethoven es ejemplo para todos, por su resiliencia y superación personal, también su desprecio por el ridículo, su falta de vergüenza, como se manifiesta en la historia del estreno de la Novena. Aunque los genios como él pueden permitirse carecer de vergüenza, la mayoría de los mortales somos incapaces de escapar a ese complejo. Se necesita carácter y temple para enfrentar esos momentos.

En el transcurso del año, filarmónicas la incluirán en sus programas, celebrando el 2do centenario de su estreno y el genio de Beethoven. Lo que resulta prodigioso es la capacidad del maestro de componer una sinfonía tan sofisticada en un estado de total sordera.

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