Irapuato, Gto., 18 de agosto de 2024.- La historia de Irapuato es una crónica de supervivencia y solidaridad. Hoy, al conmemorar el 51° aniversario de la devastadora inundación de 1973, la ciudad celebra no solo la memoria de un día que cambió muchas vidas sino también la fortaleza de un pueblo que supo sobreponerse a la adversidad.
La tarde del 18 de agosto de 1973 comenzó como cualquier otra en Irapuato, pero terminó grabada en la memoria colectiva como un recordatorio de la fuerza impredecible de la naturaleza. Las lluvias habían sido constantes ese año, llenando a tope presas y ríos hasta que, impulsadas por la tormenta tropical Brenda, desbordaron. La comunidad de La Garrida fue la primera en sentir el impacto el 10 de agosto, pero fue solo un presagio de lo que estaba por venir.
El 16 de agosto, las aguas rebasadas de las presas de Santa Ana del Conde, La Sardina y La Sandía se unieron en un torrente que no encontró contención en las barreras de La Llave y la Gavia en Romita. La presa El Conejo, última línea de defensa, cedió en las primeras horas del 18 de agosto, liberando un caudal que inundó rápidamente la mancha urbana de Irapuato.
Para la una de la tarde, el agua había invadido calles, hogares y sueños en todo Guerrero, las calles aledañas al centro y la parte sur de la ciudad. Las viviendas, muchas de adobe, no resistieron la fuerza del agua, que alcanzó hasta dos metros de altura en algunas áreas, llevándose vidas y dejando un paisaje de destrucción.
Más de 4 mil hogares quedaron bajo el agua, que se mantuvo estancada al máximo nivel durante un día entero. Los días subsiguientes vieron cómo el nivel del agua disminuía lentamente, y no fue sino hasta el 22 de agosto que la ciudad comenzó a ver el final del desastre.
Pero lo que siguió no fue solo la limpieza o la reconstrucción de lo material. Fue el renacimiento de un espíritu comunitario, un tejido de solidaridad que se fortaleció en el momento de crisis. La población de Irapuato, enfrentada a la pérdida y al caos, respondió con un esfuerzo conjunto que demostró el verdadero carácter de sus habitantes.
Los irapuatenses se unieron para apoyarse mutuamente, reconstruyendo no solo edificios, sino también la vida comunitaria. La resiliencia se convirtió en el cimiento sobre el cual se edificaría la nueva Irapuato, una ciudad que, cinco décadas después, sigue destacando por su capacidad de superar adversidades y transformar desafíos en oportunidades de crecimiento y mejora.
Este 2024, al repasar aquellos días aciagos, Irapuato no solo recuerda una tragedia, sino que celebra una victoria: la de su gente, cuyo espíritu indomable ha permitido que la ciudad no solo sobreviva, sino prospere. Aunque las cicatrices del pasado aún resuenan en las memorias de muchos, el legado de aquel agosto de 1973 se mide mejor por la capacidad de la ciudad para enfrentar el presente y mirar hacia el futuro con esperanza y determinación.
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