Saúl Escobar Toledo
Casi al mismo tiempo, el Banco Mundial y la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) publicaron sendos estudios acerca de la situación económica del mundo y, en particular, de México.
El primero, bajó la estimación del crecimiento de nuestro país de 2.1% a 1.7% mientras que la segunda lo hizo de 2.3 a 1.9%. Se trata, desde luego, de malas noticias que se distancian mucho del optimismo gubernamental. Sin embargo, lo más notable es que ambos documentos coinciden en una cuestión de gran relevancia: una de las causas más importantes de nuestra caída tiene como origen Estados Unidos.
Dice el Banco Mundial : “Los altos niveles de inflación, la incertidumbre política, la política monetaria más restrictiva y la desaceleración del crecimiento de Estados Unidos, el principal socio comercial del país, pasarán factura al Producto Interno Bruto (PIB) de México”. De esta manera, asegura, nuestra economía crecerá de manera más lenta que el conjunto de América Latina.
Por su parte, la OCDE señala que “la turbulencia geopolítica, producto de la guerra en Ucrania, ha generado una nueva fuente de incertidumbre para la economía mexicana. Si bien los lazos comerciales y financieros con los países en conflicto son débiles, las exportaciones mexicanas se verán afectadas indirectamente, principalmente a través de la economía estadounidense”. De esta manera, se cuestiona seriamente el fundamento más importante de la estrategia de crecimiento seguida por todos los gobiernos desde Salinas de Gortari (1988-1994) a la fecha. La confianza en que las exportaciones manufactureras de México a Estados Unidos serían el motor de nuestro desarrollo.
Ahora resulta que esa integración económica se convierte en una fuente deletérea o, si no queremos exagerar, al menos, perjudicial.
Por su parte, la CEPAL ha señalado, también en una publicación reciente, que “el impacto del alza de precios… será diferente de un país al otro. En Colombia, México, Paraguay y Brasil tendrá lugar un fuerte retroceso de la lucha contra la pobreza”. Considera que nuestro país “cerrará el año con un porcentaje de 36.2%, mayor a la tasa de pobreza de 34.9% que se observó el año pasado”. Advierte, además, que el fenómeno puede ser peor: “si se llega a un nivel aún mayor de inflación de lo estimado, la pobreza en territorio mexicano podría llegar a 37.2 por ciento” afectando a entre 1.6 y 2.5 millones más de personas”. El trabajo de la CEPAL considera que este aumento de la pobreza se deberá a que México presenta “una de las mayores inflaciones en los precios de los alimentos y bebidas de América Latina” y señala que, en marzo, estos productos se encarecieron 12.1% a tasa anual. De esta manera, un fuerte encarecimiento de estos bienes de primera necesidad, junto con un crecimiento económico muy lento, dan como resultado una mezcla fatal que propiciará un incremento significativo de la pobreza en México.
Algunos países podrán ser afectados por la inflación, pero conocerán una mayor expansión económica, lo que se traduciría en un impacto menor en los niveles de pobreza. En cambio, nosotros, en buena medida, según las instituciones señaladas, por nuestros lazos comerciales con EU, tendremos una inflación más elevada y un crecimiento más lento.
Esta situación se refleja en nuestro mercado laboral. Sin duda las cosas han mejorado, y en algunos casos hemos llegado a niveles similares a la prepandemia, allá por principios de 2020. Por ejemplo, la tasa de desocupación era de 3.5% en el primer trimestre de 2020 y en abril de este año había bajado a 3%. No obstante, si consideramos los tres indicadores de la llamada brecha laboral (desocupación, subocupación y población inactiva disponible para trabajar) tenemos que a principios de 2020 era de 12.5 millones, un 21.8% de la PEA. En cambio, en el cuarto mes de 2022, agrupaba ya a 14.7 millones y el 24.7% de la PEA.
Estas cifras indicarían que no hemos recuperado lo perdido y que de seguir así, al menos 2,2 millones de personas trabajadoras y sus familias, podrían caer en pobreza por la falta de un empleo que les ofrezca un ingreso suficiente.
De otro lado, se advierte que el sector secundario, es decir, la industria y en especial las manufacturas no han tenido un crecimiento notable y representan, al igual que antes de la pandemia, el 25% de la población ocupada. El resto está ubicado en el sector primario (12%) y sobre todo en el terciario, los servicios (63%). No ha habido un cambio sustantivo en la estructura del empleo.
Y es que por ejemplo, la industria automotriz, una de las ramas de exportación más importantes, no ha recuperado los niveles de producción y envíos al exterior (principalmente a EU) que tenía antes de la pandemia: a pesar de haber crecido un 15% en mayo de este año, están todavía 22.4% debajo de 2019.
Tan mal se ve la posibilidad de que la economía de EU jale a la mexicana que la OCDE considera que uno de los factores que podrían impulsar el crecimiento en México podría ser el gasto social. El otro, por supuesto, como en cualquier economía, tendría que ser la inversión. Sin embargo, esta última no despega en parte porque la inversión pública no lo hace.
Y, por su parte, el gasto social, aunque aumentó 1.5% a tasa anual, resulta insuficiente para hacer crecer la economía a ritmos más elevados.
Apostarle al aumento del consumo interno, como sugiere la OCDE, en lugar de las exportaciones, significa un cambio de paradigma obligado por las circunstancias. Una reorientación acertada y necesaria. Lastimosamente, lo que hemos escuchado en estos días por parte del gobierno, han sido definiciones que van en sentido contrario: mientras que el presidente López Obrador habla de “pasar de la austeridad a la pobreza franciscana” en lo que toca al presupuesto público, el Secretario de Hacienda peca de optimismo y confía, de nueva cuenta, en los mercados externos.
Hace poco aseguró (El Economista, 8 de junio): “los países de las economías desarrolladas, cuyas inversiones se hacían en regiones con mano de obra barata, ahora se enfrentan a costos de transporte elevados ante la interrupción de las cadenas de suministro, así como los recientes incrementos en los precios de los energéticos, fertilizantes y alimentos”. Ello podría dar a México una “oportunidad única”, aprovechando la cercanía geográfica con EU, para convertirse “en un polo de producción en la región”.
A largo plazo, el secretario podría tener razón. Ello depende de muchas cosas que hoy se ven inciertas: la guerra en Ucrania, la inflación mundial, las relaciones entre China y Estados Unidos, y los tiempos y ritmos de la economía de este país. Pero la gente necesita comer y tener empleos a tiempo completo hoy. Por eso es importante contar con un proyecto de desarrollo alternativo que no se apoye, exclusivamente, en las exportaciones manufactureras a nuestro vecino del norte.
Si aumentar el gasto público y, en especial, la inversión, puede hacer que los precios crezcan aún más, ello podría ser un fenómeno reversible o transitorio si el crecimiento económico se acelera gracias a una expansión de la producción y el consumo interno y, por lo tanto, del empleo.
Y, sobre todo, sería más justo y sentaría las bases para un desarrollo más independiente.
¿No son ésas las metas a las qué deberíamos aspirar?
saulescobar.blogspot.com
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