60 años… ¡y con tanto futuro por delante!

José Rafael de Regil Vélez

Director de las preparatorias del Instituto Irapuato

Después de una muy larga gestación, por fin nació el 11 de octubre de 1962 y desde sus primeros momentos impactó a cercanos y lejanos.

 

Un alumbramiento necesario

La primera mitad del siglo XX fue convulsa. No solo por las dos guerras mundiales, cuyas consecuencias llegaron más allá de lo material y los millones de muertos que produjeron. Heredero de la modernidad, devenido entre la aparición de nuevas explicaciones científicas y filosóficas y la irrupción de tecnologías que modificaron la relación de las personas consigo mismas, con los demás, con el mundo, el pasado siglo cimbró todas las certezas de la humanidad.

Ante los vertiginosos cambios en la cultura, en la economía, la política, las costumbres de cada día, los cristianos se sentían más que cuestionados: ¿cómo podrían o deberían entender y vivir su fe en un mundo en el que la Iglesia parecía rancia, enmohecida, envejecida y en los peores vaticinios, en peligro de extinción? Su vivencia del Evangelio les resultaba una buena noticia, pero los moldes eclesiales resultaban incómodos, estrechos, increíbles para la mayoría de sus contemporáneos.

La década de los cincuenta fue de jaloneos, que simplificados podrían exponerse como en un lado los que querían vivir de los triunfos, las palabras, los ritos, las afirmaciones morales del pasado; por otro lado quienes querían una puesta al día; partir en su vida diaria y en su presencia social de la riqueza de casi dos mil años de vivencia del Evangelio, pero buscando lenguajes renovados, una renovada visión de su ser y quehacer en el mundo que les había tocado vivir, en el cual habían sido llamados a ser fermento.

Un padre empeñado en traerlo al mundo

Angelo Roncalli, fue un sacerdote bergamasco que en su vida bien sea como capellán militar, como presidente para Italia de las obras de la Propagación de la Fe, como obispo servidor en la diplomacia vaticana, conoció en carne propia las resistencias de muchísimas personas a las formas externas de la fe cristiana. Sin embargo, en carne propia -y la de muchos de sus conocidos cercanos y no tanto- sabía cómo una vida brotada del encuentro con Jesús de Nazareth, el Cristo, podría llevar a la fraternidad que responde a las aspiraciones más profundas del corazón humano.

Movido por esa certeza, siendo Papa bajo el nombre de Juan XXIII (y con el apodo del papa bueno), determinó que era necesario que naciera un Concilio Ecuménico, el Vaticano II. En otras palabras, hizo posible que se reunieran obispos representantes de todo el mundo para discutir, reflexionar y pronunciarse dogmática y pastoralmente sobre las necesidades de los cristianos –y la Iglesia- en el mundo contemporáneo. Por ello el 25 de enero de 1959 anunció el inusual encuentro que vio la luz el 11 de octubre de 1962.

Un nacimiento conmovedor

Tres años duró el parto –de 1962 a 1965. Se necesitaron dos papas, 2800 obispos (acompañados de muchísimos asesores sacerdotes, religiosos y laicos) y cuatro sesiones para que por fin viera la luz.

Las larguísimas horas de discusiones públicas y privadas, de producción y revisión de textos, quedaron plasmadas en 16 documentos (constituciones dogmáticas y pastorales, decretos y declaraciones) dan cuenta de la revisión que se hizo sobre el ser y quehacer de la Iglesia y sus miembros, de la forma de entender su visión teológica de la realidad, su vocación pastoral, el rol de sus miembros (obispos, sacerdotes, religiosos, laicos), de la respuesta que habría que ir configurando si se quería ser fiel a Jesús y a los tiempos.

Sesenta años y con un futuro por delante

Sesenta años han pasado desde entonces y tiene un gran futuro por delante. El Concilio Vaticano II sigue siendo una invitación para acoger las búsquedas humanizantes de creyentes y no creyentes, esas que llevan al diseño de estrategias, a la toma de opciones éticas que hagan que un mundo “más como Dios quiere” sea de alguna manera posible; es una invitación, incluso una provocación para participar en la construcción de formas de relación fraternas, tejidas en la justicia, ideadas en la creatividad, movidas por los anhelos de libertad.

Si bien ha habido camino desde aquel lejano 1962 –o cercano, mirado a la luz de 2000 años de experiencia del Evangelio-, todavía puede haberlo. Hay que caminar en formulaciones teológicas que sean comprensibles para las mujeres y los hombres, en formas rituales, litúrgicas, que acojan la capacidad re-ligada y simbólica que tenemos para comulgar la experiencia de que Dios ama la vida.

Hay que idear y concretar formas de presencia que lleven en las fronteras de la pobreza, la migración, la discriminación, la vulnerabilidad, el mensaje de que de ninguna manera la muerte tiene la última palabra; pues Jesús ha resucitado y con él hay una comunidad que comulga la pasión por la vida humana en una casa común en la que todos tienen cabida, excepto quienes no quieran estar en ella… Caminos de servicio a la causa de lo humano, porque en Jesús nada de lo humano nos es indiferente.

Que la efeméride de la inauguración del Concilio Vaticano II pueda revitalizar el Espíritu que le dio vida y que es el mismo que sostiene nuestro aliento.

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