Araceli Ortiz de la Rosa
Directora general de licenciaturas
Instituto Irapuato
Ya estamos muy cerca de concluir un año más, empiezan a verse las casas llenas de luces y adornos de todo tipo alusivos a la época, están próximas las reuniones con familiares y amigos compartiendo deliciosa comida, dando regalos a nuestros seres queridos, compartiendo rituales y tradiciones que pareciera que las llevamos a cabo más en inercia que en conciencia, en fin preparamos y hacemos todo lo que durante los meses anteriores ni pensamos y que de forma acumulativa y a veces desgastante se hace presente en los últimos treinta días del año más o menos según nuestros recursos, nuestro ánimo y nuestras creencias.
También es común en esta época mostrar ante los demás alegría, efusividad y emotividad, lo que en psicología se conoce como “afectividad positiva”, entendido como ese estado mental en el que se experimenta bienestar y lo más parecido a la felicidad y que sin embargo puede ser más un efecto actitudinal por la influencia mediática del exterior que el reflejo de nuestro verdadero sentir, pues es una realidad según los datos de la Secretaría de Salud que se incrementan los índices de tristeza profunda y ansiedad por la llamada depresión invernal caracterizada por pérdida de interés e incapacidad para disfrutar. Tenemos entonces dos extremos de estados emocionales que pueden afectar considerablemente nuestra vida.
Por todo lo anterior y desde una óptica más profunda propongo aprovechar mejor estas fechas como una oportunidad para alejarnos de todo el materialismo, consumismo e influencia externa que abruma y presiona para, en su lugar, hacer un recorrido mental y emocional hacia nuestro interior con una pausa y reflexión sobre lo que es realmente importante; es decir una pequeña introspección sobre nuestro ser persona preguntándonos ¿cómo me he tratado este año?, ¿he cuidado mi salud física, mental y emocional?, ¿he sido indulgente o por el contrario muy autocrítico ante mis errores?, ¿qué nuevas experiencias y aprendizajes sumo a mi vida?, ¿he resuelto asuntos pendientes que no me dejan madurar?, ¿cómo he gestionado mis emociones en mi relación con los demás? Hay una infinidad de preguntas que vale la pena hacernos y que nos acercan a nuestra esencia, lo cual es sumamente valioso.
Concluir un año es un buen motivo para regalarnos estos momentos de vida, pues representa el cierre, pero también el inicio de nuevas experiencias, lo que dejamos atrás y lo que está por comenzar y todo esto de alguna manera nos despierta expectativa, inquietud y motivación.
Sin embargo, ¿por qué no es común hacer estos ejercicios que tanto bien pueden dejarnos y volverlos una práctica cotidiana? Considero que hay varias razones entre las que están el que nadie nos orientó hacia ello, no es parte de nuestros hábitos, no sabemos cómo ser más introspectivos, y puede ser más cómodo ir hacia afuera, estar con y para los demás y evitar el ver nuestro interior desde una intención distinta, positiva, de aceptación y valoración buscando como prioridad nuestro propio bienestar y en su lugar podemos adoptar posturas victimizantes y negativas hacia el futuro o bien actitudes salvadoras y complacientes hacia los demás, sin darnos cuenta que para dar hay que estar bien primero en lo personal, pues nadie brinda al otro lo que no tiene para sí.
Inevitablemente darnos esta posibilidad de reflexión nos abre nuevas expectativas, y no me refiero a esos propósitos vacíos que a veces hacemos y que en los primeros días o semanas del siguiente año dejamos inconclusos, sino a darnos cuenta claramente en qué aspectos de nuestra vida queremos trabajar más para nuestro desarrollo y evolución personal, para identificarnos mejor con lo que sentimos, hacemos y somos, para que nuestra emocionalidad sea más sana y podamos relacionarnos mejor. Es necesario reconocer todo eso que nos ata, no suma a nuestro crecimiento y que debemos soltar para ser verdaderamente libres y actuar por nuestras convicciones de manera responsable y plena.
Esta es pues una invitación a dejar de lado por un momento lo externo y efímero y voltear a vernos de frente a nosotros mismos, reconocer nuestro valor, nuestras cualidades y oportunidades, los aciertos y errores que hasta ahora hemos tenido, abrazarnos fuerte, perdonarnos en lo que haga falta y aprovechar el fin de año para darnos el mejor regalo, dejando atrás lo que ya no nos hace bien, encontrando nuevos caminos para hacer de nuestra existencia una muestra humana de amor, perdón, gratuidad y gratitud que nos haga sentir más plenos y por consecuencia natural contribuya a nuestro bien común.
Encontremos nuevos caminos que nos lleven a horizontes mejores.
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