A como nos toque: sobre el año nuevo, y los deseos y expectativas de felicidad para nuestra vida

José Rafael de Regil Vélez

Director de Preparatorias

Instituto Irapuato

No me queda la menor duda: el binomio 31 de diciembre – 1 de enero mueve emociones, desata la imaginación, provoca los deseos. Seguramente es algo muy cultural, con todas las «virtudes y los vicios» que eso supone, pero que también se alimenta de nuestra propia historia y estructura psicológica. Por eso lanzamos abrazos, mensajes de texto, brindamos y contamos con uvas los segundos para dejar atrás lo que ha sucedido y comenzar lo que vendrá cobijados bajo el carácter simbólico de nuestro calendario.

Escribir al respecto es difícil, porque siendo algo tan existencial, tiene muchas aristas y recovecos de sentido y significado; de recuerdos y expectativas, de memoria y creatividad. Seguramente da para redactar varios apuntes.

Pero para compartir hoy con un mínimo de sensatez debo optar y lo hago desde el senti-pensar que me llevó a producir la publicación para mis redes sociales y que dice:

A como venga, como nos toque… Lo importante es que podemos hacer algo más humano con el mundo, con nosotros mismos… Y agradecer las mil oportunidades para ello escondidas en lo pequeño de cada día

En estos días lo común es deseamos un feliz año nuevo; que el inmediato porvenir nos llegue cargado de cosas buenas: Salud, trabajo, equilibrio en las relaciones con los próximos y los lejanos. Deseamos paz para el mundo, para nuestras ciudades, remedio para las situaciones que nos abruner, afectan. En fin: que nuestros deseos reflejan la aspiración para que no se repita nada de lo que hemos vivido previamente y que nos resulta doloroso, engorroso, poco humanizante; que nos hace sentir carentes y vulnerables.

En estas líneas quiero rescatar algo que he venido reflexionando a lo largo de algún tiempo.

Los seres humanos somos dinamismo, movimiento, interacción. Nos relacionamos actuando con nosotros mismos, con los demás, con el mundo. Y generalmente lo hacemos en una tensión que existe en nuestras vidas tan solo por ser humanos: la de la heteronomía y la autonomía. Los demás, los acontecimientos, las circunstancias nos marcan norma (lo otro nos norma, heteronomía) y nosotros vamos intentando construirnos y construir las relaciones y el mundo de suerte que puedan resultar más humanizantes, intentamos actuar también por nuestra norma (autonomía, la propia norma).

Esta tensión es la que nos permite proponernos cosas, no quedarnos como inmóviles espectadores de la propia vida.

Así es que podemos tomar el rol de protagonistas de nuestra vida, lo que signifia que podamos tomar las cosas como vengan, vivir la vida de a como nos toque. Somos capaces de definir en un primer momento cómo encauzar las emociones que nos provoca, la actitud que tomamos ante ellas y definir rutas de acción que nos permitan encargarnos de lo que nos carga, en la búsqueda de ser más por, con y para los demás, humanizando el mundo en el que nos humanizamos.

Y sin ingenuidades: este proceso es permanente continuo. Nunca acabamos de lidiar con nosotros mismos, unos días sentimos que estamos en lo pleno y otros nos sentimos desconcertados, apabullados, angustiados. Y tenemos que hacernos cargo. Lo mismo sucede con la relaciones que hacemos con los demás y que debemos rehacer, reinventar, incluso dejar, siempre en búsqueda de posibilidades de crecimiento con los demás, pero también con nosotros. Y si hablamos de todo lo que pasa a nuestro alrededor que nos afecta, podemos ver que es el cuento de nunca acabar: las cosas y las situaciones nos cargan y nosotros tenemos que encargarnos de ellas… Y cuando pensábamos o sentíamos que todo está a punto, se hace un desbarajuste y debemos continuar a dialéctica de ser libres… ¡Basta ya de abstracciones filosóficas y vayamos al año nuevo!

Cada año suelo decir en mi felicitación con ocasión del paso del año viejo al año nuevo que le deseo a quienes conozco que podamos interactuar, que tengamos la capacidad de nosotros vivir un feliz año, a como toque, sean cuales sean las condiciones con las que se presenten las circunstancias, dado que las cosas se presentarán como vengan, que mucho de lo que vivamos no dependerá de nosotros.

Así que mi deseo de año nuevo es que podamos vivir lo que la existencia nos depare y lo hagamos abriéndonos a sentir, a pensar, a sentirnos invitados a que la palabra que tenemos que decir en nuestro día a día sea importante, tanto que nos lleve a acciones que 365 días después nos permitan exclamar: este año ha valido la pena.

Serán seguramente los días previos al 31 de diciembre una buena oportunidad para agradecer lo vivido, la compañía en el camino, los desafíos que nos trajo el sendero.

También serán la ocasión para sentirnos esperanzados: porque si pudimos con todo lo que se nos vino, a pesar de lo pequeños y vulnerables que hemos llegado a sentirnos, podremos con lo que vendrá, porque venimos equipados para ser más por, con y para los demás encargándonos del mundo y todo lo que nos carga, siempre abiertos a la trascendencia casi imperceptible, pero real, de nuestra propia vida.

Seguramente tendremos un feliz año, porque la felicidad es la experiencia de poder ser el ser humano que somos, siempre lanzados hacia nosotros; provocados a construirnos solidariamente al construir paso a paso el mundo que sigue siendo, por increíble que parezca, una posibilidad para la vida.

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