Juan Miguel Alcántara Soria
En el día que conmemoramos la Promulgación de la Constitución, es difícil hallar motivos de celebración. Una constitución política es el Estatuto Jurídico del Poder, y contiene las diversas formas de relacionarse con y desde el poder. En la Declaración Francesa de 1789, se estableció, en el Art. 16 que: “Una sociedad que no tiene garantizados los derechos humanos y la división de poderes, no tiene constitución”. Desde entonces se ha venido consolidando un Constitucionalismo democrático, frente al autocrático. Con 4 formas de relación con el poder:
1) El derecho ante el poder. Refiere a los derechos y garantías que tienen todas las personas por el mero hecho de ser persona -por su eminente dignidad-, como medios necesarios para su realización, y que comprende los de libertad, seguridad, igualdad, propiedad: los derechos humanos, en general.
2) El derecho al poder. Incluye los derechos de asociación, de libertad de pensamiento y de expresión, de participación en los asuntos públicos, los electorales, etc.
3) El derecho del poder: la organización y funcionamiento de los poderes y órganos del Estado, y de los partidos políticos. Despliega el principio de legalidad: la autoridad solo pueda hacer lo que la ley le permite -parte orgánica-. Y,
4) El control del poder. Describiendo instrumentos jurídicos para contener a cada uno de los órganos del poder, reconociéndoles a los ciudadanos, a asociaciones, y a cada uno de los órganos del Estado. Así prevenir o evitar abusos.
Este Constitucionalismo democrático hoy está amenazado: desde los poderes públicos -Ejecutivo y legislativo-, se desconoce a la Constitución, en forma cínica y recurrente. Ya anuncian lo volverán a hacer contra un órgano vital para la integración y funcionamiento de poderes, como es el INE. “No me vengan con que la Constitución es la Constitución”. “Ya chole con que el INE no se toca”, repite el autócrata.
El puente que ahora disfrutamos tiene en el calendario religioso otra motivación más añosa: la festividad del primer santo mexicano, San Felipe de Jesús, misionero franciscano martirizado y colgado en cruz, con otros 25 cristianos, en Nagasaki, donde falleció el 5 de febrero de 1597. Fue beatificado –y sus compañeros- en 1627, y desde entonces su imagen comenzó a formar parte de templos en la Nueva España. Se convirtió en santo patrono de la juventud mexicana, al ser canonizado en 1862.
La primera Constitución Federal se promulgó el 4 de octubre de 1824, día de San Francisco de Asís, al fin del Imperio de Agustín de Iturbide. Las siguientes constituciones federales, fueron promulgadas en la festividad de San Felipe de Jesús, el 5 de febrero, de 1857 y de 1917, sucesivamente.
No fue casualidad la elección de la fecha para promulgar las últimas dos constituciones liberales. Había que sobreponerse a celebración religiosa.
Hoy, que desde Palacio Nacional se revive artificialmente confrontación entre mexicanos, liberales-conservadores, conviene recordar algo de historia y, en particular, a Joel R. Poinsett, personaje intrigoso desde la época del Virrey Venegas, en la Nueva España; luego contra el México de Iturbide –éste intentó evitar su desembargo, pero lo acogió López de Santa Anna-; tiempos de Guadalupe Victoria y Guerrero. Vino con encargo del presidente James Monroe, el de “América para los americanos”, doctrina del “destino manifiesto” elaborada en 1823. A su llegada se reunió con masones del Rito Escocés, pero como éstos eran partidarios de intereses ingleses y europeos, decidió fundar logias del Rito de York, para difundir principios liberales, e intereses de su gobierno, como “Partido americano”, posteriormente Partido Liberal, con programa contra la iglesia y los españoles, y a favor del federalismo y lo norteamericano. Generó una guerra civil entre ambos Ritos enemigos, que duró hasta el porfiriato.
Poinsett impuso su nombre a la flor de nochebuena; despreció nuestra cultura -la que Humboldt, amigo íntimo, admiró-. Nos hizo perder territorio nacional.
En ruidos trumpista y obradorista hay ecos monroeistas y poinsettianos. Hagamos memoria de causas de ambas conmemoraciones.
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