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Rolando Daza

Apunte:

Las palabras se pueden convertir en hechos…. de qué hablamos.

Adolf Hitler estaba convencido de que la supremacía de los arios solo era posible a través de la purificación de la sangre germana. El 15 de septiembre de 1935, promulga la “Ley para la protección de la sangre y el honor alemanes”, perdiendo la vida más de 70,000 enfermos de Párkinson, Alzhéimer o epilepsia a los que practicaron la “eutanasia compasiva”.

La “higiene racial” era prioritaria. Inexcusable. El racismo biológico debió imponerse sacrificando los principios de igualdad, o la dignidad. Precisando, el término “raza” no describe ninguna cualidad humana, específica, que sea diferenciada.

No ha de extrañar que, a partir de esas leyes, tanto los judíos como los gitanos, los minusválidos o los enfermos mentales, resultan vistos por el nazismo como un claro peligro para el progreso del ideal de la pureza genética del pueblo alemán, eje central de su proyecto político.

Recordemos, la situación económica que sufría Alemania por la hiperinflación de 1923 como la crisis de 1929, acentuaban las dificultades de un país hastiado tras la derrota de la 1ª Guerra Mundial en un proceso de creciente inestabilidad política y fragilidad institucional. La firma del Tratado de Versalles desplaza a Alemania del puesto que ostentaba, reservado a las grandes potencias. Entonces, numerosos desempleados, comerciantes y empresarios arruinados se dejaron seducir por las expectativas que generaba el discurso nacionalsocialista.

Mientras tanto, los líderes nazis aprovecharon las técnicas de propaganda de masas e hicieron uso de un lenguaje metafórico, a veces eufemístico. Hablaban en términos de “plaga” aludiendo a los judíos y de “bacilos” para referirse a los gitanos, los consideraban dañinos para el país y al partido. La expresión de “cuerpos sin alma”, formaba parte de una estrategia planificada que tenía como objetivo vaciar de contenido y alterar el significado de las palabras.

Pocas voces se escucharon, pocos fueron capaces de hacer público en Alemania la situación que se venía ante la llegada al poder del nacionalsocialismo, el grave riesgo en el que estaba incurriendo. Poca atención pusieron en que el gobierno del país podía convertirse en un régimen totalitario de carácter fascista.

Años han pasado, y en nuestro país se percibe un ambiente que impregna el avance de la ideología de AMLO y sus principales seguidores… la mentira extiende descaradamente sus alas y la verdad ha sido expulsada. Sigmund Freud, judío de origen, señaló en ese entonces en Alemania: “Nunca se sabe a dónde se irá por ese camino. Primero uno cede en las palabras, después poco a poco en la cosa misma”.

Han pasado los años, el recordar aquellos hechos se ha convertido en un imperativo moral que no podemos eludir. Ignorarlos u olvidarlos sería un acto de negligencia. Máxime, teniendo en cuenta la fuerza que está adquiriendo en los últimos años el discurso divisionista y hostil del gobierno. Tal como advierte el Premio Nobel de Literatura José Saramago: “Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos. Sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizás no merezcamos existir”.

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