José Rafael de Regil Vélez
Director de las preparatorias de la Universidad Instituto Irapuato
Cómo suceden las cosas
He hecho la prueba muchas veces con grupos de jóvenes y adultos. Todos hablamos del amor, pero cuando hago la ineludible pregunta sobre qué es eso de lo que decimos, prácticamente nadie atina a señalar mayor cosa: impera la ambigüedad. Con razón la palabra amor está llena de melcocha y malentendidos: nos referimos a él sentimentalmente, llenos de romanticismo, como si protagonizáramos una película y fuéramos princesas de Disney… Bueno, realmente no pensamos mucho… hablamos de lo amoroso diciendo todo y posiblemente nada. Intentaré clarificar un poco:
Una mirada a lo que hacemos los humanos nos permite decir que somos capaces de relacionarnos con los demás, comprometiéndonos en su crecimiento como seres humanos.
La madre puede empeñarse en sacar adelante a sus hijos: con el que le cuesta la disciplina, intentando que la obtenga; con el que sufre con las rupturas en las relaciones que establece, animando para gane fortaleza; con el que tiene menor salud, bregando para que la obtenga.
El amigo es capaz de obligarse a caminar con el amigo cuando la situación económica atraviesa por un bache o el fracaso y la frustración parecieran abatirlo o la enfermedad lo agobia.
Un profesor puede buscar de una y otra forma que un estudiante se relacione con las cantidades hasta que logre hacer matemática; trabajar para que el introvertido logre abrirse al mundo exterior; intentar que el egoísta ensanche su horizonte personal abriéndose a los demás y recibiendo de ellos riquezas para ser una persona más cabal.
La lista de ejemplos puede crecer y en todos ellos será posible encontrar un común denominador: hay en los amorosos un querer profundo de que el otro crezca; un intento comprometido en promover al otro para que sea el mejor ser humano que pueda ser; lo que los latinos llamaban benevolencia, es decir: el querer el bien del otro (bene / volere). Desde esta constatación podemos afirmar que quien habla del amor indica la voluntad incondicionalmente fiel de la promoción del otro para que sea más otro en la situación en la que se encuentre.
Más que un sentimiento
En esta línea -para seguir profundizando- amar y enamorarse no son lo mismo… Desde mi perspectiva son palabras mal emparentadas…
Al amar hay que dar el paso, moverse, ser activo. Al enamorarse las personas no son agentes, pues el enamoramiento es algo que acontece, ante lo cual se reacciona; es una pasión, algo que se padecer. El amor tendería a la mayor permanencia posible, este -tarde o temprano- va a desaparecer. Amar es volitivo, enamorarse es mucho más bioquímico.
El amor tampoco es mero sentimiento, aunque acoja en su experiencia una pléyade de sentires. El sentimiento sirve para advertirnos de la realidad, nos conecta con lo que deseamos, con lo que necesitamos y nos dice cuando hay algo que nos amenaza, nos recompensa, nos rompe el balance. En cuanto pasa aquello que nos mueve dejamos de sentir lo que sentíamos para enfocarnos en otra cosa. No se espera de una madre amante o amorosa el que ame solo mientras le dura la alegría o la tristeza o el miedo o la sensación de confort, sino de una manera que vaya trascendiendo momentos, lugares y circunstancias: que ame al niño, al joven o al adulto que ha ido siendo su hijo o su hija.
En muchas, muchas, muchas ocasiones el amor tiene que pasar por el crisol del disgusto, del dolor, de la incomodidad.
No es para nada agradable ni en sí mismo reconfortante estar toda la noche al lado de la cama de un niño a quien no baja la temperatura o consume la leucemia; como tampoco lo es lidiar con el necio que niega la realidad, víctima de su incapacidad mental o de los bloqueos que suceden cuando se viven las cosas que tocan las fibras más sensibles de la persona. Mucho menos es placentero tener que soportar las rarezas que de una forma u otra todos tenemos y a las que quien nos ama no está acostumbrado o no le parecen agradables, por más que haya pasado el tiempo y nos conozca.
Es muy difícil seguir comprometidos cuando las fuerzas disminuyen, cuando ha pasado la emoción del primer contacto y el otro se nos ha vuelto un viejo conocido.
Amar requiere poner toda la carne en el asador: la voluntad, nuestra capacidad de entender de distintas maneras las cosas, la libertad, la integración afectiva, la solidaridad, la creatividad, la apertura a la trascendencia… Porque se trata de crear las mejores condiciones para que el compromiso para que el otro y yo vivamos una praxis de socialización, personalización y respuesta al mundo que sea el eje de la vida en sus distintas dimensiones.
Una cuestión de compromiso
Más allá del sentir el amor es compromiso con, por y para el otro.
Vistas de este modo las cosas el amor es posible para con la pareja, los hijos, los padres, los pacientes del personal de la salud, los discípulos de los profesores, los amigos: en todas estas formas de relación (y las que el lector quisiera añadir) es factible ir más allá de la melcocha, la parafernalia de las princesas Disney que sobre simplifican las explicaciones sobre la vida humana. Se puede llegar al compromiso de hacer cuanto de nosotros dependa para ser más con, por y para los demás. De eso hablamos cuando de amor hablamos.
Así, podemos decir que sin melcocha y más allá del gusto o el disgusto; del dolor o lo placentero, el amor es la voluntad incondicionalmente fiel (creíble) de promover al otro para que sea la mejor persona que puede ser en la situación en la que se encuentre.
Las acciones más profundamente humanizantes que son por, con y para los demás, requieren de nosotros comprometernos amorosamente: construir una pareja, actuar justamente como padre, como hijo; forjar una amistad, educar, construir equipos de trabajo en los que las personas puedan crecer como tales al tiempo que cumplen la misión de la empresa o la organización.
Se trata de buscar y crear condiciones para que las personas puedan responder a lo que están llamadas a ser cada una, por, con y para los demás, encargándose del mundo que los posibilita y limita… Es una exigencia en el que se ponen en juego mente y corazón sabedores de que es posible vivir con dignidad humana. En cambio, no se trata de historias de princesas y príncipes «disney», de canciones de amores y desamores; que suenan bonitas y mueven los sentires pero que no necesariamente son amorosas.
Para que lo amoroso trascienda… se necesitan estructuras
Cuando se da el compromiso con alguien y se quiere que las posibilidades humanizantes vayan más allá de un momento específico es necesario ingeniárselas para crear estructuras que permitan que las acciones amorosas se vuelvan consistentes, razonables, con mayor permanencia que la del acto aislado de la voluntad.
Dicho de otra manera: si yo amo a mi hijo y al amarlo provoco y promuevo la formación de hábitos de estudio, es necesario que haya horarios, lugares, materiales organizados de tal manera que durante meses y años sea posible que las acciones que supone la labor intelectual se consolide. Se crea una estructura familiar que hace que el amor se concrete con mayor atino que realizando acciones que pueden parecer palos de ciego en medio de la amplitud y la complejidad de la vida diaria.
Lo mismo sucede con la educación, privilegiada praxis amorosa. Si hablamos de educación formal, escolarizada, para que el compromiso de promoción del otro no se pierda, se necesita que haya horarios, reglamentos, definición de roles y funciones, muebles e inmuebles apropiados, estructura curricular, métodos pedagógicos y didácticos. En la medida que todos estos medios se estructuran, será más posible actuar en pos del crecimiento del otro y evaluar la pertinencia amorosa de lo realizado.
Y los ejemplos pueden ampliarse a la higiene, la vivienda, la salud, la seguridad personal y pública.
El amor trasciende al concretarse en estructuras que le den viabilidad en el tiempo, el espacio y las interacciones humanas.
Puede suceder, como es posible que hayamos visto en algún momento, que algunas estructuras ahoguen lo humano, se vuelvan un obstáculo, posiblemente un impedimento para que las personas crezcan. Habrá que recuperar el sentido amoroso que tuvieron al ser creadas para recrearlas o para inventar nuevas; como sucede en nuestro tiempo cuando nos enfrentamos a la necesidad de reformular las estructuras cotidianas de la vida familiar, del funcionamiento de las escuelas, de la organización de la salud, de la interacción ciudadana para que haya seguridad… Y es que en el amor no se hizo al ser humano para las estructuras, sino a las estructuras para que sirvan a la causa de lo humano.
Aún hay mucha tela de donde cortar para reflexionar sobre el amor y sus implicaciones en la libertad (https://misapuntesenelcamino.blogspot.com/2018/11/libertad-sin-compasion-hipotecar-la.html), en la participación política (https://misapuntesenelcamino.blogspot.com/2015/05/la-participacion-politica-no-es-un.html), en la corresponsabilidad social y el cuidado de unos para con otros (https://misapuntesenelcamino.blogspot.com/2019/08/si-te-metas-en-lo-que-no-te-importa.html)… ¿qué tal si lo dialogamos con nuestros cercanos y lejanos? Es que en ello puede estar una clave importante de la vida…
Publicado también en el blog Apuntes en el Camino.
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