Juan Miguel Alcántara Soria
Los peores augurios para México, concretizados en parte, se difunden dentro y fuera del país. Como en los finales de Echeverría y López Portillo, “docena trágica”. De la crisis de hoy la mayoría no se percata aún. Los más, la ignoran, o voltean a otro lado. En un mundo globalizado -interdependiente como nunca- es imposible ningunear o despreciar juicios de valor de gobiernos, organismos o mercados financieros. “Crisis” es palabra que exige un juicio de valor, sobre una persona, institución, o un país. En lo emocional, social, religioso, económico, educativo o político. Y cuando se hace el juicio de valor, en su caso, se requieren medidas, parámetros, sobre el proceso, el desarrollo -adecuado o no-, de esa persona, institución, gobierno o país; según su objetivo o misión. Saber si está en crisis, en qué grado, y cómo buscar resolverlas.
López Obrador puso “en pausa” la relación con los gobiernos de EU y Canadá, luego que sus embajadores pusieron en tela de juicio contenidos de su reforma judicial. Porque trastoca el acuerdo comercial común, que exige tribunales aptos para resolver controversias de sus inversionistas. Los mercados financieros internacionales enjuician, y retiran del país inversiones. Enormes oportunidades de inversión y empleo se van. Jueces federales acuden a la Corte Interamericana de Derechos Humanos para salvaguardar su independencia. Estudiantes de la UNAM y de otras universidades del país, se ponen de pie. El fraude a la Constitución de INE y Tribunal electoral para dar Morena sobrerrepresentación, lo consuman.
Se constata lo que previmos: un cambio de régimen. Viene un gobierno autoritario, dictatorial, concentrador de todo el poder. Entregaron ejecutivo y legislativo a una agrupación, prohibido por la Constitución. Y van por el judicial (controlan al Tribunal Electoral). Doblaron a poderes militar, burocrático, a Slim y otros plutócratas, vividores de presupuestos públicos. Domestican a medios de comunicación, gobiernos y congresos locales. Solo una parte del pueblo, ciudadanos conscientes y libres, está de pie, reclamando respeto a sus derechos y a la división de poderes, piedra angular del estado de Derecho democrático.
“No se puede redimir a un pueblo si éste conscientemente no quiere. La educación es un presupuesto de la democracia: donde no existe pueblo sino masa, la democracia puede ser una aspiración legítima de una parte del pueblo, y entonces la democratización será un proceso que no puede lograr un partido democrático solo. Se requerirá la participación de más amplios sectores. La otra alternativa, autoritaria, sería acceder o permanecer en el poder, por cualquier medio, y desde el pretender democratizar a la sociedad, según la ciencia y paciencia de una junta de notables, con el riesgo enorme de un nuevo despotismo ilustrado, o la dictadura con simulaciones democráticas.
“Cierto que para resolver el problema educativo de México tenemos que resolver el problema político. Pero el proceso de solución no va a iniciarse con la alternancia en el poder de partidos, porque son precisamente eso, parte de un todo. El proceso de solución democrática se iniciará más bien cuando la Nación, a través de sus organismos intermedios, con liderazgos ciudadanos, se empeñe en un enorme, permanente, organizado y eficaz esfuerzo común educativo, de formación ciudadana”. Esto entrecomillado lo escribí en julio de 1988, en la Revista “Palabra” (Núm. 5) que dirigía Carlos Castillo Peraza. En esos días, propusimos y logramos el IFE con su unidad básica, las mesas directivas de casilla ciudadanas, integradas sin intervención de gobiernos ni partidos. Vinieron otras reformas que nos hicieron pensar la democracia electoral estaba lograda. Con gradualismo o incrementalismo la habíamos consolidado.
López Obrador repudia al Estado de Derecho democrático. Nuestra tragedia coincide con Sísifo, personaje de la mitología griega, condenado por los dioses a empujar montaña arriba una enorme piedra, que vuelve a caer cuando está a punto de alcanzar la cima. Y repite el esfuerzo. En México también lo hizo Madero, Gómez Morin y sucesivas generaciones. ¿A quiénes corresponderá reemprender el esfuerzo democrático?
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